— Bilbao 2021 —
La fotografía aporta muchos valores positivos para mejorar nuestra salud mental.
Hoy es el Día Internacional de la Prevención del Suicidio y creo que es muy importante hablar siempre que se pueda de salud mental. Cuanta más información se tenga y cuanto más conscientes seamos de las virtudes y problemas de nuestra actividad, más preparados estaremos para prevenir.
No me escondo. Para mí la fotografía es mi pequeño espacio de confort en el que me refugio cuando noto que empiezo a saturarme. Salir ahí fuera, solo o acompañado, a disfrutar de la naturaleza, prestando atención a cada uno de los detalles, siempre supone un momento especial para mí. Algo en lo que focalizarme. Algo para ser yo.
La focalización
Vivimos una vida de ruido y rapidez. Todo pasa a dos millones de kilómetros por hora por nuestro lado y tenemos que tomar decisiones casi en el milisegundo exacto. Vivimos pegados a pantallas. Paseamos por nuestras calles mirándolas, muchos trabajamos delante de una (o varias) y apenas tenemos momentos de desconexión. Si no es el monitor, es la tele y si no el móvil. La vida de la luz azul, me gusta llamarla.
Hace unos años yo vivía así 24/7. Todo el año. Hasta que descubrí lo que le hacía bien a mi mente: La vida de la luz naranja. Una vida con la cabeza levantada y ojos entrecerrados en la que el protagonista es el sol dándote los buenos días o despidiéndose hasta el día siguiente. Momentos para tener tiempo. Momentos para parar y simplemente esperar a que pase algo. Momentos en los que prestar mucha atención a los pequeños detalles que pueden marcar la diferencia en la foto final. Hay muchas veces que la gente me pregunta si es realmente necesario llevar trípode siempre. Y siempre digo que no, pero que ayuda. El trípode te obliga a tomarte un momento de reflexión. Te obliga a detenerte, a mimar los detalles… Te ayuda a focalizar.
Poner todos tus sentidos en una única tarea aparta el resto de pensamientos rápidos de tu cabeza. Es un momento en el que permites a tu cerebro dejar de sufrir estrés y en el que le permites liberar parte de la ansiedad acumulada.
La tolerancia al fracaso
Llegar a la cima. Ser el mejor. Tenemos un día a día con una tolerancia al fracaso mínima. Creo que la autoexigencia heredada es una de las peores cosas de la sociedad en la que vivimos. Y no es que la oportunidad nos pase a dos millones de kilómetros por hora, es que, como no la cojamos, vamos a estar fustigándonos dos meses. ¿Qué te parecería una actividad en la que lo más probable es que fracases… Y que sea lo más normal del mundo? En la fotografía de paisaje hay pocos días espectaculares donde todo se alinea y queda una foto de escándalo. Cuando asumes esto, tu estado mental cambia a algo que, creo, es más natural: La calma ante el «fracaso» y la alegría sincera cuando se obtiene un gran resultado. Porque ganar, ganas siempre. Aun fracasando, has pasado dos o tres horas en el mundo de la luz naranja. Has parado, has estado focalizado en algo que te ha alejado de los problemas… HAS GANADO, aún perdiendo.
Lo mejor de esta sensación, es que aprendes a llevártela a tu vida de luz azul. Aprendes a disminuir tus expectativas, tus ansias por cada pequeña cosa. Aprendes a entender que el fracaso te aporta enseñanzas y que, cuando consigues algo, hay que celebrarlo con una gran y honesta sonrisa.
Somos pequeñitos
A veces no somos conscientes de lo pequeños que somos. Pase lo que nos pase, mañana sale el sol igual. Todo pasa, todo llega. Nuestra sociedad es un ente que premia el egoísmo y la realización enteramente personal. Nos anima a mirarnos continuamente el ombligo, a despreocuparnos de todo y de todos los demás. La naturaleza y su fotografía te ayudan a darte cuenta de que no solo el mundo no gira en torno a ti, sino que el mundo es muy probable que no sepa ni quién coño eres tú. Ese estado contemplativo en el que entras cuando ya has hecho tu trabajo, has compuesto bien y solo tienes que esperar a que la luz haga su trabajo, te ayuda a sentirte pequeño. Te ayuda a ponerte en una perspectiva más real que puede ayudarte en tu vida de luz azul. Porque sentirte más pequeño, te ayuda a ser más humilde, a darte respiros y a empatizar más con la naturaleza.
Cada foto que tomas con cada uno de ellos es un recuerdo, una anécdota, un trocito de tu alma que se queda allí grabada en el sensor de tu cámara. Tus fotos no son solo tus fotos. Tus fotos son las fotos que sacaste con tus amigos.
Y eso, no tiene precio.
Sanar, llorar, seguir adelante.
Hace muy poquito recibimos un mazazo cuando íbamos a hacer unas fotos en Picos de Europa. Nuestra primera intención fue darnos la vuelta. Sin embargo, ese espíritu de grupo, ese apoyo, esa empatía nos empujó a seguir adelante. A reírnos a carcajadas cuando no había ninguna gana, a terminar exhaustos, tristes pero felices de crear nuevos recuerdos.
El sinsentido de la presión
Lo comentaba con alguien en Twitter el otro día. No puedo llegar a entender que amateurs, que no tienen obligación ninguna con absolutamente nadie, no se tomen la fotografía tal que así. Si yo, que tengo mis obligaciones como profesional, soy capaz de entender la fotografía de este modo el 90% de las veces, no hay excusa para quien tiene presión 0. La fotografía debe aportar a nuestra salud mental y no ser una carga en la mochila. Frena, respira, piensa, tómate tu tiempo. Acepta las condiciones que te han tocado y sácales todo el jugo que puedas. Y si no hay foto, pues otro día será. La luz naranja estará de nuevo para ti mañana seguro.
La foto como terapia
Por esto y por muchas más cosas, invito a toda la gente que, por desgracia, sufre ansiedad o depresión, a acercarse al mundo de la foto. Quizá sea una tecla más que probar en busca de una mejora. Quizá esa vida de luz naranja nos ayude a llevar una mejor vida de luz azul. Quizá encontremos a gente con la que empatizar, con la que vincularnos, con la que crear nuevos recuerdos que nos ayuden a sobrellevar nuestros males.
Ojalá esto le pueda servir a alguien.
Para ti, Tino. Lo siento.